Foto:joka2000
¿Quieres cambiar el mundo? Espero que sepas que mundo proponer como alternativa. No un mundo ideal y perfecto, porque no somos así los humanos, y eso causaría frustración al obligarnos a ser lo que no somos. Sería suficiente un mundo razonable, donde no nos matemos unos a otros, ni estemos por hundirnos en la basura que generamos, ni destruyamos la capa de ozono que nos mantiene con vida.
Actualmente está excluido de la sociedad todo aquel que no cumpla con dos condiciones: producir y consumir. Lo importante no es ser humano, sino tener dinero. Según la declaración universal de los derechos humanos, tenemos derecho a la alimentación, la vivienda, la educación, etc. Lástima que tener derecho no sea suficiente. Sigo siendo un desempleado, un número, una estadística, como muchos otros, pero tengo el derecho a trabajar, nadie me lo discute. ¿Tendré que esperar hasta el 2015 para ver si se cumplen los “objetivos del milenio” de la O.N.U.? Me gustaría preguntarle al secretario general y al presidente de cada país qué se supone que haremos los desempleados mientras tanto.
II
Hace falta cambiar el mundo, es verdad, pero es importante pensar en la alternativa, para que el mundo no acabe siendo una dictadura comunista, ni el imperialismo yanqui, ni un gran mercado donde solo son humanos quienes tienen dinero, ni un conjunto de fanáticos dispuestos a hacer cruzadas (guerras por la paz) y “guerras santas” ( como si tales cosas no fueran monstruosas contradicciones).
No se puede obligar a nadie a cambiar. No es cuestión de invadir un país, imponer la democracia, como en Irak, y esperar que eso funcione y sea aceptado. Cambiar es una decisión muy personal, decisión tomada ( o no ) por cada uno de nosotros y por propia voluntad. Lo que se puede hacer es informar correctamente, despertar conciencias, eliminar prejuicios, enseñar a pensar libremente, para que cada uno pueda tomar las mejores decisiones posibles.
III
Nuestro mundo se verá gravemente afectado por el calentamiento global; sin embargo, eso no nos obliga tampoco a cambiar. Varios gobiernos pueden elegir continuar como hasta ahora, aún cuando sea una decisión irresponsable y suicida, e incluso negar que ese peligro exista y calificar de absurdos los protocolos de Kyoto y de Montreal. ¿Qué podemos hacer cuando no cambian los gobiernos ni las grandes empresas? Podemos cambiar nosotros.
Una conocida frase dice: “para que el mal tenga éxito, es suficiente que la gente buena no haga nada”. ¿Por qué no harían nada? Porque una de las estrategias del mal es el desánimo: hacerle creer a la gente que resistir es inútil, que no hay sentido ni esperanza, que nada va a cambiar, que los obstáculos son demasiados y muy grandes. Por eso, una de las pérdidas más grandes es la de aquel que ha perdido el entusiasmo. Quien conserva el entusiasmo se levanta cada vez que tropieza, aprende de las experiencias y se hace fuerte con cada problema que enfrenta y soluciona.
Si te falta ánimo, recomiendo que hagas 10 flexiones de brazos, por mucho que te cueste. Si no ha funcionado, repite el procedimiento con otras 10, y luego 10 más. Si llegas hasta el punto en que te duelen los brazos, recuerda que más vale tener los brazos cansados por haber hecho muchas cosas que sentir dolor en el alma por “pensar demasiado” pero sin actuar.
IV
Existió una vez un hombre empeñado en cambiar el mundo. Después de diez años con muchos esfuerzos pero sin resultados, pensó que lo mejor sería tratar de cambiar su país, cosa que le llevó diez años más. Sin rendirse por la falta de resultados, pasó otra década tratando de cambiar su ciudad, y luego una más tratando de cambiar a su familia.
Al final de su vida comprendió que había tomado el camino equivocado, y que no había sido el primero ni el último en intentar el cambio de esa forma. Todavía le quedaba tiempo para hacer algo importante: transmitir lo que había aprendido. Para cambiar el mundo, primero debe cambiar uno mismo, ya que uno forma parte de lo que quiere cambiar. Cuando uno cambia, afecta a su entorno inmediato, que también se modifica. Así es como los nuevos y mejores hábitos son incorporados entonces por la familia, luego por la ciudad, y luego por un país entero, cuando sus habitantes se sienten voluntariamente comprometidos con esa sensata misión
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