Foto:totoro!
Sentimos la adrenalina de una manera muy particular. La sentimos antes. La sienten también los compañeros que nos observan. No la sentimos durante el combate.
La concentración es tan profunda que todo es presente, un segundo puede ser muy largo, y no se suele sentir el dolor de un golpe hasta haber terminado, a menos que sea muy intenso. Así fue en cada combate cuerpo a cuerpo, y también fue así, mas o menos, el día que comenzamos los combates con los nunchakus.
Al oír la orden del instructor tomamos nuestras armas y nos acercamos al centro del gimnasio. Nos saludamos con una leve inclinación y comenzamos.
Hasta ese momento uno sabe que no hay necesidad de estar ahí, que podría estar en otra parte, que podríamos lastimarnos mucho. Una vez que comenzamos, dejamos de pensar. Las manos pueden mover las dos armas a la vez o cada una de manera independiente. Los nunchakus desplazándose a mas de 100 km/h son apenas unas manchas borrosas en el espacio. Oscilan alrededor de nuestros hombros y codos, se amortiguan y frenan en nuestras espaldas y vuelven a tomar velocidad y fuerza. Una vacilación de una décima de segundo, un mínimo error de coordinación, y podríamos golpearnos nosotros mismos.
Los pies tantean el piso, que esta roto en varias partes. La visión periférica controla que no nos quedemos sin espacio ni nos acerquemos demasiado a los compañeros. Los movimientos de cadera ayudan a cambiar de guardia, avanzar, retroceder o evadirse de costado o en diagonal. Los gritos salen desde los pulmones y desde el espíritu simultáneamente, acompañando a las armas en los movimientos de ataque.
Contra la pared hay dos compañeras con el corazón en la mano, siguiendo la escena con preocupación. Para nosotros han dejado de existir temporalmente ellas y los demás compañeros, como también el pasado o el futuro.
Avanzamos al mismo tiempo, gritamos. Una madera pasa cerca, siento el aire que desplaza cerca de la cabeza. Veo las gotas de transpiración que barre a su paso, antes de que logren caer al suelo. Mi arma izquierda roza su traje negro frente a su abdomen, como un relámpago que nos parece lento. Lanzamos hacia delante las armas que tenemos en la mano derecha. Algo se rompe. Lo oímos. Hay un grito lejano ,viene desde la otra pared. Una orden del instructor pone fin al combate. Una de las armas de mi colega se ha roto por el impacto con la mía. El pedazo partido esta en el suelo, a varios metros. Parece que he recibido un golpe en el dorso de la mano izquierda. Pronto comenzaré a sentir el dolor y la inflamación.
Mientras lavo esa mano en el baño, una compañera se asoma a la puerta para saber si estoy bien. Ella esta genial. Tal vez me venga bien un poco de atención, esa preocupación y atención que no había notado antes. No creo haber perdido ni empatado. Mas bien creo que una historia termina y otra recién empieza.
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